8 de junio de 2010

Alejandro Magno

Antes de su muerte, Alejandro había planeado volver hacia el oeste y conquistar Arabia, la península Itálica e Iberia, además de continuar la expansión hacia el Oriente y encontrar el fin del mundo, idea que Aristóteles, su tutor durante la adolescencia, le había inculcado contándole historias sobre un lugar donde la Tierra acababa y empezaba el Gran Mar Exterior.

Alejandro promovió la incorporación de persas en el ejército y la administración a través de lo que ha sido definido por algunos académicos como una «política de fusión», y favoreció el matrimonio de miembros de su ejército con mujeres persas. Él mismo se casó con dos mujeres persas de noble cuna.

Tras doce años de continuas campañas militares, Alejandro murió, posiblemente de malaria, fiebre tifoidea o encefalitis vírica. Su única descendencia, muerto a manos de Casandro a los 13 años, dejó el imperio a merced de sus generales, conocidos como los diádocos (sucesores), que lo fraccionaron y repartieron. Más de tres siglos después de dominio y colonización griega en áreas tan lejanas moría Cleopatra, la última descendiente de Ptolomeo I Sóter, uno de estos diádocos. Con este hecho acabó el período conocido como helenístico o alejandrino, que fusionó las culturas griega y mesoriental.

Su legado ha quedado reflejado en la historia y la mitología de occidente y oriente, y sus conquistas inspiraron una tradición literaria en la que aparece como un héroe legendario similar a Aquiles, o como el «maldito Alejandro» del libro zoroastra de Arda Viraf por su conquista del Imperio persa y la destrucción de su capital, Persépolis.

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